Construyeron una
huerta en una escuela y lograron bajar la violencia
Los alumnos ya no pelean y hasta cultivan lo que luego consumen en el
comedor.
Contentos. En la escuela 56 lograron reducir los conflictos a partir del
trabajo de la tierra./MARIA EUGENIA CERRUTTI
16/07/13
Las hojas de la zanahoria se asoman
entre la tierra, las lechugas están frondosas, la cebolla de verdeo ya tiene
buena altura: las verduras crecen en la huerta de la escuela secundaria Número
56 de Burzaco. Y mientras echan raíces los vegetales, la violencia en el aula
se fue terminando. Una muestra acabada de cómo la madre naturaleza puede educar
los malos hábitos humanos.
Entre el ayer y el hoy, todo cambió:
“Buscábamos la mínima oportunidad para pelearnos, pusimos este proyecto y
cambió mucho la escuela. Si estamos mal, venimos a la huerta, ponemos música y
trabajamos”, reconoce Nicolás, estudiante de cuarto año, uno de los más
dedicados a la Huerta.
Claudia Concetti, vicedirectora de la
escuela, cuenta que la huerta surgió como iniciativa de la profesora de
fisicoquímica, Silvia Müller. “Hace seis años, la escuela tenía muchísimos
problemas de violencia. Los alumnos canalizaban su energía con agresiones
físicas y verbales. La profesora comenzó a hacer preguntas personales y salió
que a ellos les hubiera gustado trabajar en la tierra”, explica Concetti.
“Ahora, trabajan esa misma energía con la pala y la tierra”, agrega.
Todo se agilizó cuando la profesora
Müller se contactó con la Fundación Huerta Niño, que apoyó a la escuela con
información e infraestructura. Antes sembraban a destiempo, no conocían el
cuidado que debían tener ciertos vegetales. Con ayuda de la Fundación cercaron
la huerta y aprendieron a trabajarla.
Huerta Niño fue creada en 1999 para
trabajar contra la desnutrición y la malnutrición infantil en Argentina a
través de la construcción de huertas de media hectárea, especialmente en
escuelas rurales. Esta organización civil detectó que las huertas son “una
verdadera solución, probada y sustentable, que no es asistencial, ni son un
paliativo”. Esto explica Juan Lapetini, director de Fundación Huerta Niño: “Es
una forma de generar conocimiento e involucrar a la comunidad”.
Concetti describe que antes de esta
huerta las agresiones en la escuela era algo de “ todos los días”. Peleas,
discriminación, violencia verbal, agresiones en los recreos o peleas cuando
salían de las aulas formaban parte de la vida de estos estudiantes. Con la
huerta “todo eso se redujo casi a cero”, celebra la vicedirectora. Disminuyó la
violencia y directamente mejoraron las calificaciones y la asistencia a clases
incluso también se fortaleció la solidaridad y el compañerismo.
Carlos, de cuarto año, también toma
la pala y con fuerza quita las hierbas. “Me llevé una lechuga y un coliflor.
Son riquísimas las verduras, son muy grandes y distintas a las de la
verdulería. El sabor, el color, la textura”, describe.
No sólo las peleas disminuyeron, sino
que la fuerza se fue a la tierra y produjo verduras que ahora sirven para el
comedor escolar. Incluso parte de la producción se comparte con la comunidad.
Como esta huerta, hay 200 en distintas provincias. La primera fue en Chaco, en
la comunidad de la Guará. Ahora hay 12 mil chicos involucrados en proyectos
similares.
Juan Lapetini explica que se busca
que “la huerta cumpla un rol de asistencia al comedor escolar; que el excedente
se lo lleven los chicos a casa, incluso poder comercializar la producción para
que la escuela consiga fondos”. Por último, el objetivo es también que las
huertas se repliquen en los hogares. Lapetini enfatiza: “Llevar la semilla a
las casas”. Reconoce que la parte más complicada es, finalmente, que en la
familia se cocine con lo cosechado, porque pasa que muchas veces los padres no
comen verduras.
La huerta permitió también vincular
la tierra con las horas de clase. En Matemática se analiza qué porcentaje de
agua necesitan los tomates para crecer; en Geografía, los tipos de cultivos de
acuerdo a la región, zona y clima. Incluso lo alumnos también escarbaron en su
pasado y apreciaron el trabajo de sus abuelos campesinos.
Matías, otro alumno, dice que gracias
a la huerta distingue los sabores que da sembrar por temporada y sin
agroquímicos. “Trabajo en una verdulería, no es el mismo el tomate en la
huerta. Le ponen muchos químicos y están en cámara para que se pongan rojos”,
explica. Saben todo eso y mucho más. Y lo más importante: la violencia ya no es
tema frecuente.
Priscila Hernández
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